viernes, 6 de agosto de 2010

Peleas




La puerta se azotó tras Rafael, se mostraba iracundo, y en arranque de furia lanzó su portafolios hacia la jardinera, orgullo de su sala. El coraje le revolvía los sentidos, en grado extremo. Decidió tranquilizarse un poco, antes de enfrentarse a Elisa; en vano intentó algunos ejercicios respiratorios, no podía hacer a un lado el motivo de su indignación. La situación no era nueva, en el transcurso de las últimas semanas se venían sucediendo pequeñas disputas entre Elisa y él, por cualquier cosa, pero, ahora le resultaba intolerable el ambiente en que se hallaban inmersos y decidió de una vez por todas aclarar lo necesariamente aclarable.

Elisa había previsto ese momento, y estaba dispuesta a todo, en nada se intimidaba, tal vez reconociese algunas de sus culpas, pero eso sí, tenía plena conciencia de lo funesto que resultaba el ceder su perdón así como así. Rafael tiene muchas actitudes desagradables y no tengo porque estar soportando sus cosas, pensó.

Sumida estaba en sus pensamientos, cuando, intempestivamente Rafael irrumpió en la habitación. Se mantuvo firme en la mirada y lo retó, con un simple gesto de fastidio, a comenzar la pelea. Rafael se encolerizó aún más, pero no sabía por dónde empezar; con los brazos en jarras, dio media vuelta, para mirar las cortinas, y darle la espalda a su Querencia, como cariñosamente le llamaba.

Rápidamente ordenó sus ideas, y violentamente giró sobre los talones, le retó a explicarle D-E-T-A-L-L-A-D-A-M-E-N-T-E, los motivos por los cuales últimamente habíase mostrado tan hostil con él. ¿Quieres que te los diga?, preguntó ella, y sin permitirle contentar continuó amonestándole, pues bien, te lo voy a decir, pero pon mucha atención chiquito, que no te lo voy a repetir, ¿cuándo fue la última vez que me diste un beso de corazón?, a ver dímelo, y también dime, ¿por qué esas llegaditas tarde?, y a qué obedece tu falta de valor para reclamarme a mí, ¿eh?, ¿por qué fuiste a decirle a mi mamá todos nuestros problemas?, a ver dímelo, dímelo. ¿Tú crees que yo nomás estoy para soportarte?, continuó, y para lavarte, plancharte, cocinarte, esperar a la hora que se te ocurra llegar?. Rafael se mantuvo en posición de desgano, en realidad no tenía ganas de darle alientos para incendiar los ánimos. Cerró los ojos y se dejó caer de hinojos, apoyando los brazos en la cama. Ella lo observó, y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas, lentamente, en actitud felina, gateó sobre la cama, hasta llegar al extremo en donde se encontraba Rafael, postrándose como niño que juegan a las canicas.

Ambos sentían la necesidad de hablar, pero daban la oportunidad de iniciar, el uno al otro. Rafael decidió romper el silencio, y le reprochó: Necesitas urgentemente pensar en los demás!, estás obstinada en creer que el mundo gira a tu alrededor!, estoy de acuerdo en todo lo que arguyas, pero una cosa te voy a decir, mientras no nos pongamos de acuerdo en el hecho de que es ahora cuando nos estamos conociendo, nunca vamos a llegar a nada, concluyó. Guardaron silencio unos segundos, y ella volvió a la carga; ¡eres un tipo odioso, te la pasas esperando de mí compresión, pero tu nunca te miras a fondo, para indagar en qué estás fallando!. Gracias, le respondió él, y estampó un beso en su mejilla, tú eres una niña que todavía huele a pañales, y no has reflexionado en la imperiosa necesidad de decidir tus actos por ti misma. No lo había pensado, suavizó la voz ella, y correspondió con otro beso, tú no tomas en cuenta lo importante de estar juntos los dos el mayor tiempo posible, yo necesito estar a tu lado para practicar nuestro cariño. Tienes razón, respondió Rafael, al tiempo que juntaba sus labios a los de ella. Me extraña tu fría actitud de despedidas y bienvenidas, son fatales, parecería ser que todo es parte de tu paisaje, y tiene por obligación mantenerse siempre en su lugar, para tu contemplación, como si no necesitara de tu aliento para seguir adelante. ¡Oh Dios! Lo siento, desgraciadamente el hábito me estaba comiendo, y rodeó el cuello de Rafael con sus brazos. Tus arranques son tan furtivos y a veces tan injustificados, tanta perfección asusta, a veces eran tan maquinalmente rutinario, que ganas dan de buscar el botón para encender tu espíritu humano. Disculpa mi pedantería mi amor, suplicó Rafael, para después aferrarse al delicado talle de Elisa. Tu mayor defecto es haberme amado. Elisa comenzó a acariciarle el pelo y le reclamó su falta de gusto por fijarse alguna vez en ella.

La pelea continuó hasta la mañana siguiente, en que el sol los sorprendió haciendo el amor,por enésima vez.


México D.F. 29 de Diciembre de 1987

2 comentarios:

Gabby dijo...

No pues así, yo también me quiero pasar la vida peleando! jajaja
Tenías razón Pollo, sí me gustó!
Besito :)

Anónimo dijo...

Pollodemicorazon, muy bien como siempre. Me encanta ;0)